Al norte de Perú, en la cuenca del río Marañón, entre el Pacífico y la Amazonia, en un altiplano de la sierra andina, se encuentran las ruinas de Chavín de Huantar. Sin lugar a dudas el más sorprendente vestigio de cultura antigua.
Fui a Chavín de la mano de dos amigos entrañables, Tito Ayza y Tiberio Petro-León, y gracias a ellos tuve acceso a corredores y recintos nunca abiertos a los curiosos y pocas veces a los estudiosos.
Antes de llegar a Chavín, tras abandonar la ruta asfaltada para entrar en el camino de montaña, la mirada se estremece contemplando la tenebrosidad de la Cordillera Negra, una opresiva sucesión de oscuros dientes de cadena montañosa que parecen aplastarse bajo su propio peso y que, sorprendentemente, se suceden uno tras otro casi paralelamente a la llamada Cordillera Blanca, la sierra andina nevada, airosa, con su luminoso Huascarán, uno de los picos más altos del mundo.
El paisaje del mítico mundo de los callejones de Huaylas y Conchucos es el lugar donde, según la leyenda, vivieron los huaris, gigantes que, tras el Diluvio extendieron su elevada cultura por toda la Tierra. Pero luego -sigue la leyenda- los huaris se unieron a las hijas de los terrestres y degeneraron hasta acabar en simples humanos o también en animales y plantas.